Las elecciones autonómicas celebradas el 4 de mayo en la Comunidad de Madrid han deparado menos novedades que elementos de continuidad. No es nuevo, si miramos a Europa, que se consolide una fuerza de extrema derecha en las instituciones o que una fuerza ecofeminista pueda sobrepasar a la vieja socialdemocracia. No es algo desconocido que en el PP aflore un discurso franquista o hiperliberal. Tampoco es la primera ocasión en que una alta participación electoral en el antiguo cinturón obrero no se identifica con un incremento del voto a las izquierdas.
Sí que es algo inédito que tengan suficiente espacio institucional a la vez Vox y un PP radicalizado hacia la derecha. Tampoco se recuerda en la izquierda institucional tal sensación de impotencia y de falta de perspectiva de una alternancia en el gobierno regional, una vez que ha jugado todas sus bazas y ha lanzado a la contienda a sus mejores cabezas de cartel.
Sería muy simplista achacar todo al aparato mediático, como si fuera algo que sólo ocurre ahora: los medios de comunicación siempre han sido empresas, nunca han dado cauce a alguien que pudiera amenazar el sistema y, antes de ellos, el control ideológico se hacía desde el púlpito. Y, a pesar de ello, los movimientos populares eran capaces de crecer.
No vamos a analizar pormenorizadamente la trayectoria de la izquierda institucional y cómo han ejercido la labor de oposición, ya que eso corresponde a esos actores. Ciertamente, la gestión del Gobierno central en relación a la pandemia, los ERTEs, la Reforma Laboral o el ingreso mínimo vital algo pueden haber influido a la hora de que el discurso de “la economía por encima de la salud” se entienda como solución y no como problema añadido. Parece indudable que mucho voto joven no percibía que la izquierda institucional fuera a reportarle alguna mejora en cuanto a lograr un trabajo digno o vivienda asequible, mientras que Díaz Ayuso les prometía, por el contrario, fiesta y terrazas abiertas. Nos centraremos, por consiguiente, en lo que más atañe al movimiento sindical.
¿Por qué no se ha producido la esperada respuesta en las urnas de las clases trabajadoras? La Comunidad de Madrid está desindustrializada y viviendo de servicios, comercio y hostelería. Durante muchos años, los asalariados de ese sector han sido educados en un sindicalismo de servicios y en la adscripción a ONGs como expresión de la solidaridad. El proceso de desclasamiento, que se inició en las últimas décadas del siglo XX, está muy avanzado en Madrid. Aunque se llame a la defensa de los servicios públicos, un importante porcentaje de hijos de obreros y nietos de jornaleros aspiran a ser usuarios de la sanidad y educación privada.
La parte hegemónica dentro de la izquierda, mientras tanto, lleva tiempo buscando nuevos sujetos sociales. ¿Qué ha sido de esa clase media aspiracional que apoyaba el 15 M y que se sentía llamada a dirigir el futuro? ¿Qué ha sido de ese puzzle que conforma la diversidad? Cuanto menos, parece que ni eran el 99 % ni que contemplaran, no ya salidas colectivistas, sino una simple fiscalidad progresiva.
Si la identidad de clase y la conciencia de clase se adquieren a través de las luchas por los derechos elementales, esta paz social tiende a asentar la idea de que no hay alternativas. Una situación de recesión siembra el miedo y fomenta, principalmente, el conservadurismo. Si se tensa la situación hasta extremos insoportables puede generar reacciones viscerales, la mayor parte de las ocasiones, de carácter reaccionario (salvo que se haya difundido una educación política fuerte y un grado de organización alto). Cuando Isabel Díaz Ayuso alcanzó la presidencia del Gobierno Regional en 2019, su programa ya contemplaba políticas que parecen estar descubriéndose ahora: concertar en nombre de una supuesta libertad de elección, identificar la educación en valores democráticos con adoctrinamiento, degradar, mercantilizar, externalizar… Era algo como para incendiar las calles… Pues no: costó Dios y ayuda alcanzar acuerdos entre sindicatos de clase del sector educativo; se habló de huelgas generales de servicios públicos madrileños que aún estamos esperando… Puede que no volvamos a contemplar la convocatoria de dos huelgas generales en un año, como ocurrió a comienzos de la pasada década, pero esperemos al menos que, en esta nueva legislatura, se esté más a la altura de la situación.
También sería bueno reflexionar sobre algunos fenómenos recientes, como son los movimientos líquidos que buscan ocupar el espacio de las antiguas estructuras, o la sustitución del concepto de militancia por el ciberactivismo. Se ha señalado que un sector de la izquierda social vive de espaldas a la realidad, basando su percepción del mundo en la aparente unanimidad que se encuentra en las redes sociales o en el imaginario de las series televisivas. Cuando nos hemos encontrado ante una campaña antisindical en redes, tenemos la experiencia de que eso no se corta bloqueando a quien te contradice, sino confrontando en asamblea las propuestas, mirando cara a cara a tu interlocutor, entendiendo sus intereses particulares pero evitando decir sólo lo que se quiere escuchar. Los centros de trabajo seguirán siendo el espacio desde el que se puede mover la historia. La mercadotecnia electoral no puede sustituir al trabajo cotidiano y a la formación. La organización es la mejor escuela para idear un futuro diferente y el factor de contrapeso del poder establecido.
El STEM confía en ser parte de la solución y no del problema. No somos un seguro jurídico, no somos tribunos ni prometemos soluciones mágicas. No culpamos al pueblo por lo que elige. Simplemente, intentaremos ofrecer un espacio para el debate y proponer formas de acción colectiva. Si lo lográramos, nos habríamos limitado a cumplir nuestra misión.